¿Escuchar una radio EN tu cabeza?

Los estudiantes de 3ero. A 2013 del Colegio y Liceo Nuestra Señora del Rosario de Paysandú, leyeron y analizaron en clase el cuento «Muebles ‘El canario'» de Felisberto Hernández, y luego recibieron las  consignas relativas a: crear un audio que reflejara cómo sería la radio que el protagonista del cuento pasó a escuchar en su cabeza, o bien una imagen que transmitiera aspectos centrales del tema de la narración.

Aquí puedes escuchar los audios creados, ilustrados por las imágenes que otros equipos hicieron para responder a estas consignas.

Así se imaginaron la radio Josefina Capdevielle, Valentina Guido y Manuel Romero.

Escuchá esta versión de Catalina Indarte, Lucía Caraccio y Giuliana Tito Virgilio.

En este caso, Camila Masalles, Fausto Navadián y Cinthia Salto brindan su versión.

Juan Ignacio Musso, Federico Symonds, Alejandro Giano, entrevistan, publicitan, pasan música y a continuación de ello, Stefano Tagliani introduce un tanguito… que interpreta Agustín Salto.

Puede quedarte la duda de si tener esta radio en la cabeza no estaría bueno…. La crearon Lucas González, Nicolás Fujol, Giancarlo Mantuani.

Los dibujos que ilustran los audios fueron hechos por los equipos que integraron: Valentina Martínez, Milagros Mattiauda, Irina López, Melisa Bremermann, Camila Bianchi, Valentina De María,  Florencia Orellano, Georgina Sequeira, Antonella Penone, Isabella Fraschini, Andreína Piaggio, Elena Burjel. Se utilizaron además dibujos para colorear tomados de sitios de internet.

Felisberto Hernández

Felisberto Hernández comienza a escribir en la década del 20, cuando la mayoría de los escritores tenía un estilo realista y regionalista.
En Uruguay, la manifestación de este tipo de literatura se encuentra, entre otros, en la obra del narrador nativista Juan José Morosoli.
Felisberto Hernández marca una presencia nueva y diferente en la literatura uruguaya: introduce el tema ciudadano, crea relatos con un clima de sueños o irreal, introduce sucesos insólitos y extraños. Le importa más el acontecer interno que el externo, es decir, da más importancia a la impresión que reciben las personas de la realidad que a la realidad misma.
En muchos de sus cuentos hay datos procedentes de su vida, que él recuerda minuciosamente.
Cuento «El cocodrilo».

Cuento «Muebles ‘El canario'»

Cuento «Mi primer concierto»

Comentario sobre «El cocodrilo», el cuento más difundido del autor.

Onetti, un narrador del siglo XX

La narrativa de Onetti está profundamente vinculada a las inquietudes de su época, y en particular al radical desamparo del hombre del siglo XX. Onetti concibe a la literatura como una aventura liberadora. Así como el narrador tradicional describía una realidad pre existente, el novelista contemporáneo concibe a la literatura como una actividad imaginativa, un acto de fundación de un mundo autosuficiente, con sentido en sí mismo, a diferencia del narrador del siglo XIX que se dedicaba a describir la realidad.
Con el argentino Jorge Luis Borges y con el uruguayo Juan Carlos Onetti, la narrativa hispanoamericana revela, a fines de la década del 30 una ruptura definitiva con las formas tradicionales de narrar y asume un nuevo modo de creación literaria y de representar la realidad.
La literatura de Onetti, como la del siglo XX en general, tiene entre sus características más salientes la búsqueda de una justificación de la vida misma. Ante el quebranto espiritual y la desolación de una época que abandona la confianza en Dios, la crisis espiritual predominante se ve reflejada en el arte. El ser humano quiere trascender la realidad inmediata pero, perdida la fe en Dios, queda supeditado a la lucha entre sus aspiraciones y sus limitaciones y no logra justificar una vida superflua en un mundo carente de sentido. La literatura del siglo XX refleja la desintegración y el vacío espiritual de una época desprovista de valores establecidos que orienten al hombre en su camino.
Predomina el sentimiento de desamparo en un mundo caótico donde no se encuentra justificación ulterior ni explicación lógica a la vida. Separado de sus raíces religiosas y trascendentes, el ser humano está perdido.
La concepción de la literatura como búsqueda no es novedosa sino que ha existido en todas las épocas y de las más diversas formas (epopeyas, libros de viaje, novelas de aventuras). La diferencia es que en el siglo XX la búsqueda es interior y se le interponen imágenes a menudo indescifrables y episodios incongruentes en un mundo contradictorio.
La trama novelística ya no es la historia de un personaje definido dentro de un mundo definido, sino al contrario, el relato consiste ahora en una sucesión de acontecimientos definidos, aunque eventualmente difíciles de interpretar.
El “yo”, una idea que fue pilar de nuestra civilización, hoy sufre una mutación radical y cuando no corresponde a una imagen inestable y cambiante, se propugna directamente su desaparición.
Se nota en la narrativa del siglo XX (como reflejo de la manera de vivir y sentir de la sociedad) una insistencia en alimentar la ilusión de que la vida tiene una finalidad, y a pesar de que la búsqueda resulta negativa, se persiste en el anhelo de alcanzar una liberación de las miserias humanas; se valora la búsqueda en sí misma aunque no haya resultados positivos, porque eso evita al menos que la conciencia se diluya en la nada.
Para superar la desalentadora realidad, el novelista convierte un mundo imaginario en realidad; crea un mundo propio. Así, Onetti se entregó religiosamente a la creación literaria. Para él, escribir fue una vocación devoradora, ciñéndose a una finalidad estrictamente literaria. Una circunstancia determinada, la rioplatense, sirve de pretexto para la invención de un universo literario en el cual se ilumina, con profunda visión, una problemática eterna y universal: las múltiples dificultades de la existencia.
En los relatos de Onetti permanece constantemente la imagen de un mundo cotidiano pero predomina en él el acto creador por sobre la reproducción pasiva de comportamientos y situaciones observados en la vida misma. Lo suyo no es una evasión de la realidad sino una forma de expresarla más hondamente e indicar su disconformidad con el orden vigente.
Una y otra vez la obra de Onetti revela una consciente e intencional afirmación de la ilusión, la afirmación del arte, el incontenible placer y la necesidad de “mentir” que sienten sus personajes (“llegó la hora feliz de la mentira”, dice el narrador en “La novia robada”), la búsqueda sin fin, hasta que esa búsqueda se convierte en un fin en sí mismo.
Los personajes de su narrativa, como los del siglo XX en general son héroes sin cualidades (al igual que los de Kafka y otros destacados escritores), seres cuya libertad de elección aparece cada vez más limitada. En sus obras, encontramos la visión de un ser humano física y espiritualmente exhausto; proliferan en sus cuentos y novelas seres marginados: rufianes, prostitutas, enfermos, dementes, artistas fracasados. Viven en un abandono total, sin poder integrarse plenamente a la vida. Apenas parodian una existencia activa y normal; el ser absorbido por la máscara.
El desgaste de todo lo temporal no se limita a lo humano sino que incluye a los objetos y así se habla de ventanas con vidrios rotos o directamente sin ellos, manchas de humedad en las paredes, olor a viejo, tuercas y tornillos tirados por las calles, fotos envejecidas y una imagen general de incontenible corrosión. Todo se ve agravado por la falta de sentido de la vida. Dijo una vez: “Gente que yo quiero mucho, va a morirse, sin embargo. Hay algo terrible y permanente en eso”.
Sus relatos giran en torno a personajes en crisis en situaciones límite: sufrimiento, culpabilidad, locura, enfermedades. Ante ello hay dos actitudes presentadas: una es la renuncia o indiferencia total lo que lo lleva a un estado de enajenación o al suicidio y la otra a liberarse mediante la imaginación y vivir en un mundo ilusorio, realizando en él los deseos que han sido frustrados en la realidad cotidiana.

Convertir en victoria las derrotas cotidianas

El privilegio de ser lector, que es mucho más que poder descifrar signos, nos reserva intensos e infinitos festines. Para algunos, si el menú incluye el tema de los sueños y de la locura, el goce está asegurado de antemano; pero si además proviene de una pluma como la de Cervantes, o de una Remington como la de Juan Carlos Onetti, la tentación es mucho más fuerte que cualquier otra cosa.
Y a los lectores nos va pasando que las nuevas lecturas alimentan otras (pues incluso una misma obra, al releerla en distintas etapas de la vida, seguro que ha cambiado). En ocasión de cumplirse los cuatrocientos años desde que el narrador más grande la lengua española publicó la primera parte del “Quijote”, cabe vincular esa novela con el relato de Onetti “La novia robada”: otra magistral representación de la locura, sólo que, en versión femenina y uruguaya.
Imposible escapar de una primera reflexión: ¿qué es quedar loco? ¿qué es la locura? ¿a quiénes llamamos locos?: llamamos locos a todos aquellos que no repiten lo mismo y se empeñan en ser lo que deciden, lo que sueñan, lo que desean, y mostrarlo sin máscaras ante sus cercanos, que no suelen convertirse en ese caso en sus prójimos (próximos), sino muy por el contrario: conjurar el peligro, aislándolos.
Excúseme el lector de este artículo de narrarle (blasfemarle) lo que magistralmente creó Onetti. Simplemente digamos para quien, desprevenidamente, sigue a esta altura interesado en esto que está leyendo, que la protagonista del cuento es Moncha Insaurralde (o Insurralde, pues el narrador deja la duda), una habitante de la ciudad mítica del narrador uruguayo (Santa María), perteneciente a una “buena” familia, que luego de una puta vida en el falansterio de la ciudad, se va a Europa buscando “un cambio de piel”. Mas –obviamente sin conseguirlo, al menos en el sentido convencional—vuelve a su ciudad con el vasco empeño de casarse con Marquitos Bergner, para reconvertirse de prostituta a señora, y siendo ese casamiento la condición necesaria para intentar, al menos, ese cambio, pasa totalmente por alto el hecho de que Marcos hace tiempo ya que había muerto. Por lo tanto Moncha dedica el resto de su vida a casarse: se hace un vestido de novia que se convierte desde entonces en una segunda piel y finalmente en mortaja, cumple metódicamente un nocturno ritual religioso en el jardín amurallado de su casa, que a veces deja para encerrarse en una botica con una pareja homosexual, dando lugar al escándalo (no solamente esto último, obviamente, sino todo lo que hace) entre una comunidad en la que, por entonces, “nada pasaba”.
Hay muchos puntos en común entre “La novia robada” y la genial novela de Cervantes. Por ejemplo, se puede vincular naturalmente el vestido de novia de Moncha con la armadura de Quijote, puesto que como lo dice la sabiduría popular “el hábito hace al monje”, y bien lo saben ambos personajes, pues al empezar a vivir su etapa de locura, han encontrado que lo primero es “caracterizarse”. Y ambos comprenden cabalmente que la caracterización es eso: una máscara; nada importa que no sea real, si el código es el de los sueños. No olvidemos que el casco de Quijote era de cartón, su armadura estaba herrumbrada, su caballo era un rocín y nada le impedía en cambio vivir impactantes aventuras en andas de sus sueños. El vestido de Moncha tampoco es realmente un vestido de novia, porque ella no puede ser novia, pues el novio está muerto, y hasta está muerto el cura que ella vascamente sostiene que es quien la va a casar.
Una con su vestido blanco y el otro con su armadura, salen ambos al exterior, pero no salen de sus mundos: van en una especie de burbuja que les evita la contaminación por la realidad y van cumpliendo así con continuas trasgresiones para burla, compasión, asombro, miedo, por parte de los demás, para hilvanar un destino elegido, sin atender a los recortes que la realidad haya querido interponerles.
Hasta que cometen una última trasgresión: mueren porque así lo deciden y quizá en cumplimiento de la única salida posible y definitiva del mundo que tozudamente insistía en combatir sus infinitos de ensueño. Eligen no contribuir con sus historias al empobrecimiento imaginario de la vida
Estos “locos cuerdos”, estos “dulces locos”, nos abren así la ventana de la alteridad para que los privilegiados lectores disfrutemos de sus elecciones, y nos cuestionan para que pensemos cuál es la verdadera locura: si el camino que ellos eligen o aquel que consiste en pensar que un hombre puede vivir sin fantasía. A Quijote al menos (tanto como a Moncha y a diferencia de los “cuerdos”) la locura lo cura. La fantasía de ambos es capaz de convertir en victoria sus derrotas cotidianas. ¿Puede anhelarse mejor cosa?

Rossana Migliónico Molina
(Publicado en “Brecha”, suplemento especial, 2005)

Quien Onetti es

Colonia del Sacramento se propuso realizar el acontecimiento literario más grande de su historia y lo hizo a través de las Jornadas de Homenaje a Juan Carlos Onetti, en una “Movida” que reunió a unos trescientos participantes de todo el país, Brasil y Argentina, entre los que se contó a investigadores, profesores, lectores, y a parte de la familia del tan destacado narrador uruguayo.
Hay pensamientos que a veces nos resultan manidos y a veces innecesarios porque son muy evidentes: todos los que el lector de esta nota traiga a su memoria de seguir vivo luego de la muerte entran en esa categoría. La presencia de Onetti en esas dos jornadas en Colonia fue más que palpable y la razón es muy simple: no se puede hablar en pasado de alguien que es parte de nuestras lecturas, que nos permite el goce literario, que representa una de las historias epigonales del proceso del pensamiento, la estética literaria y hasta encarna buena parte de los avatares de la vida cívica del Uruguay de las últimas décadas. Eso suficiente decir para justificar el verbo en presente: hablaremos aquí de quien Onetti es.

Amor: relación de sordos

Más allá del análisis intelectual de su obra que fue por cierto muy destacado y que estuvo a cargo de panelistas de la más alta jerarquía internacional, hubo momentos de mayor intensidad, de un contacto personal con el autor.
Uno de ellos fue la proyección de una entrevista periodística que en 1977 le había hecho el periodista Joaquín soler Serrano, en su programa “A fondo” de la Radio y Televisión Española.
Poder apreciar en la pantalla grande su tono pausado, su expresión grave, siempre en intervalos del humo del cigarro, disfrutar de su ironía fina y de esas ocurrencias que lo hacen tan especial, fue sin dudas un momento destacado.
“En la relación amorosa siempre hay uno por lo menos que es sordo… o los dos”, fue uno de sus comentarios que en el arranque mismo de la entrevista provocó la hilaridad general.
El recuerdo de sus padres, de quien el periodista quiso saber cómo eran y qué le habían legado. “Mis padres eran encantadores”. Ella era brasileña y él uruguayo, todo un “gentleman”, que dio junto a su madre un clima de delicadeza al hogar en que se crió y en el cual se respetaba especialmente a la mujer. “Heredé eso de mi padre y un gran sentido de la tolerancia. Mi madre era excelente persona, pero como venía del Sur de Brasil tenía eso de esclavista… yo tenía amistad con negritos de mi barrio y eso a ella no le gustaba mucho”.

Mentir desde la infancia

-“En los primeros años usted era un contador de historias…”
-“Claro… En mi infancia empecé a mentir: venía a casa y contaba aventuras que nunca habían ocurrido ni ocurrirán. Y a los chicos también les contaba mentiras… Y así seguí… mintiendo… Llevé un diario de mi vida donde se acumulaba mentira tras mentira. Historias que me envidiaría Don Juan… ¡Era todo mentira!”.

Los frutos de la espera

Onetti trabajó como periodista. Explicó en la entrevista que cuando se desempeñaba en el diario “Acción”, fue de esta forma que surgió su obra “Para esta noche”:
“Me vinieron a contar algo y me fui de inmediato a escribir ‘Para esta noche’. Por diferencia de horario las noticias llegaban de madrugada y como yo estaba apasionado por las noticias de guerra y había tomado como horario la noche y la madrugada, mientras esperaba que sonara la campanilla de la teletipo, escribía. Ese relato es totalmente faulkneriano y no tengo el menor escrúpulo ni vergüenza en decirlo”.

Santa María

Sobre la creación de Santa María, (ciudad en la que desarrolla la mayor parte de su obra y que refleja rasgos de Buenos Aires, Montevideo, y Rosario de Argentina, sin ser la recreación pura de ninguna de las tres) explicó que fue cuando estaba en Buenos Aires y viajaba permanentemente a Montevideo porque allí estaba su familia: “Yo quería estar en otro lugar que no fuera Buenos Aires ni Montevideo”.

Reconstruir el espejo roto

El escritor Mario Delgado Aparaín moderó la mesa que reunió a los afectos más cercanos de Onetti para que contaran quién es para cada uno esa persona, momento que introdujo mediante esta imagen:
“La vida de una persona es como un espejo roto: todos tenemos un pedacito como para reflejarnos en él, pero nadie tiene una parte tan grande como para tenerlo a él”.
Por lo tanto esa reunión de amigos, tenía el enorme valor de aportar a unos el reflejo del pedacito de imagen que tenían los otros.

Maggi vuelve a hablar de Onetti

El escritor Carlos Maggi, dijo al comenzar que “desde que Onetti falleció no hablé de él en ningún lado (me daba vergüenza ajena al ver que salieron a hablar muchos amigos que no fueron tales). Pero hoy me pareció excepcional y me vine de Montevideo”.
“Compartimos muchos años. Hicimos casi todas cosas divertidas, para bien, y para pasarlo lindo. Venía Onetti los domingos de tarde. Era un conversador fabuloso. Eso de que hablaba poco era cuando no quería hablar”.
“Tenía la imagen de un hombre profundo, silencioso, impenetrable y nocturno. Pero eso no se corresponde con la realidad: eran más caras de timidez. Con Jorge Luis Borges se encontraron por 20 minutos; no dijeron nada; se separaron. Fue el encuentro de dos tímidos. Si hubiera estado aquí, se reiría, incómodo y avergonzado”.

“Onetti fue un maestro para todos nosotros y para mí, porque me enseñó profundamente cuál es la moral de un creador. La literatura no es dinero, fama, poder, nada; la creación se hace como se hace el amor: empieza y termina en la satisfacción que da el hecho de haberlo logrado”. Habló Maggi de un ser incontaminado del creador, de no dejar en su encuadre nada que sea en respuesta a otras apetencias que las de la creación. “¿Para qué? Para nada. Onetti era un ejemplo de otra moral. No me enseñaba literatura; me daba fuerza moral”.
“Todos nos quejamos de que el Estado no estimula, no ayuda; es peor que eso: no trata siquiera como un adversario, es decir un igual contra el cual se pelea. El mundo oficial suprime al mundo de la creación. La política es una actividad de acción directa, de querer modificar la realidad. En cambio el arte es imaginar; darle una fuerza tal a la creación que sea una fuerza activa sobre los demás y si alguien quiere alimentarse de ella que lo haga para ser alguien mejor; para eso se crea, para otra cosa no”.
Por lo tanto “el que quiere crear no precisa nada; si le va mal, mejor”.

Litty Onetti

Litty es hija de Juan Carlos e Isabel (“la holandesa”), quien fue su tercera mujer. No vivió mucho con su padre.
Reconoció que usó varias estrategias a lo largo de su vida. “La primera fue olvidarme de él. Vivía en Buenos Aires y me llegaban noticias de él por Doly, que generosamente venía y era muy bien recibida en mi casa”.
“Luego pasé por una etapa de leerlo y conocerlo, aunque no fue de aproximación todavía”.
“Ahora estoy en la etapa de encuentro y comparto con ustedes el homenaje público y a la vez hago un homenaje privado”.
Observó Litty el nombre de las jornadas y dijo que al saber que se llamarían “Movida Onetti” pensó: “No puede haber una contradicción mayor, para tratarse de un hombre que estuvo 30 años en una cama”. Por eso reflexionó ante la hilaridad de los asistentes: “Es un título marketinero, pero no lo repitan”.
Litty aludió a su maternidad gozosa y se presentó como “una mujer cuatro veces hedionda” en alusión a la visión de Onetti de las mujeres, entre las cuales han sido clasificadas como tales por parte de los críticos aquellas que responden, según el escritor, al “ciego y oscuro deseo de parir un hijo”.
“No sé si haber tomado este lugar de madre con pasión despertó en él el horror o la envidia”.
Dijo que un rasgo de su forma de ser heredado de su padre, es el de decir que sí, “claro que sí”, a lo que le proponen, y después hacer lo que quiere. Ante la invitación a estar en ese lugar no sabía si iba a hacerlo; dijo que sí y estuvo sin embargo. El público le retribuyó con el estallido de su aplauso.

Maggi le contó lo siguiente: “cuando naciste tú, yo también tuve una hija con diferencia de semanas. Y una vez Onetti me mandó una foto tuya con dos años dando vuelta las páginas de un libro y este comentario: ‘Compará la perfecta dexteridad de esta hija con ese engendro que tenés ahí en Montevideo (que es zurda)”.

Doly

Dorotea Muhr, su viuda, tiene un perfil sumamente bajo. Quiso escuchar atentamente todas y cada una de las ponencias de los investigadores de la obra de Juan (como le dice ella) porque entendió que era un homenaje muy valioso y por lo tanto era lo que correspondía.
Recordó la relación de Onetti con los periodistas que querían entrevistarlo. “La gente venía y la mayor parte del tiempo la respuesta era ‘no’. Pero una vez que accedía Juan gozaba esos momentos porque él los reporteaba a ellos. Era el gran reporteador”.
Doly explicó durante la Movida, algo que siempre ha provocado la intriga y la polémica: la dedicatoria de “El astillero” a Luis Batlle Berres. Incluso a la luz de tal dedicatoria se han elaborado teorías interpretativas que han visto a esa novela como una alegoría de un Uruguay en ruinas. Sin embargo, la verdad es mucho más sencilla. Dijo Doly: “Juan siempre quiso dedicarle una obra a Luis Batlle Berres (por razones de amistad personal) y decía: ‘Mientras sea presidente, no puedo’. Por lo tanto cuando dejó, lo hizo”.
No estuvo mucho tiempo en posesión del micrófono y la gente lo entendió. Ella lo pasaba a Maggi especialmente, para que él contara una serie de anécdotas, que le solicitaba puntualmente.
Sí se prestó a la conversación personal, aunque la mayoría de los asistentes prefirieron respetar esas ganas de no ser interrumpida para escuchar atentamente cada una de las ponencias que se sucedían.
Quizá ella, como nadie más, a pesar de ser su viuda, es la que sintió en esos días y la que más siente en forma cotidiana que Onetti no se conjuga en pasado.

Noviembre de 2004

Onetti responde sobre «La novia robada»

Sobre la creación de «La novia robada», Onetti respondió a una entrevista, en mayo de 1970:

«No recuerdo cuándo escribí “La novia robada”. ¿De dónde viene ese cuento? Convendría hablarle de inspiración y trance y medium. Porque cada vez que mi amigo Sherlok Holmes le explicaba deducciones a Watson éste pensaba con desencanto: “Elementary Holmes”. En literatura todo es elementary hasta que se produce una reunión misteriosa que no necesita –ni soporta- más adjetivos. Era una niña muy hermosa que trabajaba o concurría a una embajada en Montevideo. Tuvo novio, se comprometió, hizo un viaje a Europa para comprar encajes, puntillas o lo que sea necesario para un vestido de novia. Cuando volvió, el prometido mostróse renuente. (Perdón: me divierte escribir en gallego y otros galleguean hasta conseguir un gran premio nacional y tal vez, de propina, un gallego joven.)
Cuando supe: -¿Y ahora? Laura Dolores se hará un uniforme de novia para ir a la embajada, para viajar en taxi, para recorrer vidrieras. Era un mal chiste; pero yo lo estuve viendo así. A esto se agrega la historia de una mujer que cincuenta años atrás se paseaba vestida de novia, en noches de luna llena, por el jardín de un caserón de Belgrano (R). En algún momento las cosas se juntaron y tuve que escribir el cuento de un tirón como se escriben todos los cuentos, aunque después se corrija, alargue o suprima».

El boliche «El resorte» y los personajes de JUCECA

Hace unas décadas, boliche significaba:  “lugar de copas y naipes”, “Establecimiento comercial de poca importancia, que especialmente se dedica al despacho y consumo de bebidas y comestibles”v “Negocio con mostrador, donde se venden bebidas ordinarias y vulgares”.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de los boliches de antes? Nos referimos a un modo de vida. Al lugar donde se socializaba. Un ámbito netamente masculino, en un sociedad conservadora, con roles perfectamente delimitados entre el hombre y la mujer. A esta le cabía el de ama de casa o el de hija y si se preciaba de ser decente, su presencia en el boliche solo se justificaba para ir a buscar a su pareja o a su padre. Diferente ocurría con el varón joven, pues su asistencia al boliche estaba permitida y avalada por el aprendizaje –discutible o no- que implicaba su estancia allí.

El boliche era, por lo tanto, el lugar de encuentro de amigos para pasar un rato hablando, jugando a las cartas o “tomarse una”. Allí se reunía “la barra” o simplemente se entraba de pasada. Los temas sobre los que se hablaban eran variados: el barrio y su gente, mujeres, política, fútbol, el amor, la vida y afines. En el boliche no había jerarquías, se oía a todos y todos recibían la misma atención de los demás. El mostrador aunaba e igualaba a esas personas. Así, el boliche se transforma en un ámbito democrático. La copa, sin entrar en el alcoholismo, es un rito en ese lugar, al igual que el mate.

A lo largo del día el boliche recibía diferentes clientes. Cada uno “paraba”, generalmente a la misma hora, aunque no lo hiciera todos los días. Estaban aquellos que en horas de trabajo se daban una vueltita para tomarse una y seguir y los que terminada su actividad, buscaban el momento de distensión. Así el lugar se puebla de una fauna muy particular, donde algunos se transforman en arquetipos de los asistentes al boliche. No podemos olvidar al bolichero, el dueño del lugar. Estaba el que se quedaba atrás del mostrador controlando y manejando la caja  y aquel otro que dejaba el mostrador para mezclarse con sus clientes, sabía  lo que consumían, compartía conversaciones y  juegos.

Pero ese ambiente despierta también nostalgias, porque ese momento de felicidad, de intercambio entre amigos es un tiempo fuera del tiempo. Ese mundo  desaparece al cruzar la puerta, al salir a la realidad y eso ocasiona tristeza. Y cuando ese ambiente se pierde totalmente con el paso del tiempo real, surge la melancolía.

Creo que la mejor forma de definir al boliche, de traerlo a nuestro presente es a través de autores que lo han tomado como tema de su creación. Una aclaración, si bien en Buenos Aires predominaba “el cafetín” y “la taberna”, podemos traer a colación versos tangueros que hacen referencia a ellos, pero que bien pueden aplicarse al boliche.

El boliche uruguayo se inmortalizó a través de Juceca -Julio César Castro –, con humor e ironía. El boliche “El resorte” nace con Don Verídico en  1962, como libretos de radio. Indudablemente, Juceca ha continuado la vertiente de lo que podríamos denominar “narrativa oral”, cultivada por Francisco (Paco) Espínola, José María Obaldía y Juan Capagorry.

Entre los elementos vitales que deben estar en un cuento además de la trama y los personajes, es el punto de vista del  cuentista o “cuentero”. Ahí aparece Don Verídico.  Salvador Puig dice al respecto:  “…no hay que olvidar que en todo tiempo y lugar el autor de los cuentos es ese viejo zafado, ingenuo, contumaz, mentiroso y en ocasiones metafísico”.

Juceca crea a Don Verídico como su alter ego, para poder hablar a través de él. El nombre que le elige, acompañado de “Don”, un tratamiento de respeto en el medio rural, parece querer reafirmar la veracidad de los absurdos que contienen sus historias. Su nombre se contrapone a su actitud, lo presenta  paradójicamente, pues es un viejo mentiroso, todo lo que dice es exactamente opuesto a lo que en general se considera verdadero.

Los cuentos, en cada cultura, tienen como objetivo: enseñar, explicar o simplemente  entretener,  son parte de la tradición oral.  La tradición surge de lo popular. Pero en la obra de Juceca  es él mismo quien crea la tradición, una tradición “con disparates y exageraciones, pero sin héroes ni grandes leyendas”.

Esta tradición jucequeana, es producto de dos cualidades de este autor: por un lado su observación aguda de la realidad y por otro, su nutrida imaginación que recrea un universo de fantasías. Indudablemente, ha tomado elementos de la realidad, pero los ha puesto al servicio de su imaginación. Ha creado una tradición y un estilo.

El resorte: ¿un boliche como tantos?

A esta pregunta respondería que sí y que no. Si bien tiene características de Pulpería, de boliche rural, “El resorte” tiene puntos de contacto con el boliche tradicional, por ejemplo: tiene sus “habitués”. Este boliche tan singular, reaparece en cada cuento con su “elenco estable”-como lo llama su autor- El Tape Olmedo, La Duvija,  el Pardo Santiago, Azulejo Verdoso, Rosadito Verdoso, a los que se suman otros personajes ocasionales con nombres tan insólitos como hilarantes. No nos olvidemos del barcino.

¡¿Qué boliche no tiene gato?! Este animal llega a adquirir en algunos cuentos características humanas.

Todos estos personajes conviven en “El resorte”, pero no disputan el papel protagónico, pues todos son protagonistas.

Otra coincidencia que lo inserta en esa realidad conocida de los boliches y a la que nos referíamos anteriormente es la bebida. “Boliche sin bebida no tengo visto” y ella está muy presente en el vino y la caña que consumen los personajes.

Si bien “El resorte” tiene cosas que lo asemejan a los boliches tradicionales, se separa de ellos en

algunos aspectos. En primer término la presencia de la mujer, a través de La Duvija. El ingreso de lo femenino en un ámbito netamente masculino. No existen por parte de autor o del lector cuestionamientos morales con respecto a ella. La más fiel caracterización de este personaje la hace su creador: “buena amiga, muy buena compañera, toma copas, es muy solidaria, siempre está ahí. Y por lo general se enamora del forastero.[…] Ella  es la mujer solidaria, pero al mismo tiempo enamoradiza”

Es ella, en la mayoría de los casos, quien incita a través de una pregunta al recién llegado para que cuente su problema con la intención de ayudar. En segundo término, la otra diferencia se produce por la ausencia de bolichero. Nadie en especial atiende el bar, cualquiera de los que conforman “el elenco estable” dentro de ese boliche acerca las copas, pica el fiambre.  No hay una caja registradora, no hay quien cobre, tampoco quien pague. Los personajes consumen en una suerte de lugar mágico, donde todo ya está desde antes y si algo se acaba, por ejemplo el vino, serán los propios personajes quienes se encarguen de reponerlo.

“El resorte”, como lo define su propio creador “Es un boliche medio fantasmal porque no tiene ubicación geográfica permanente. Yo nunca supe si está en la orilla del pueblo, en medio del campo o en el pueblo mismo.”

Esta ausencia de ubicación espacial y temporal precisa, universaliza a este boliche. El Resorte es un boliche que surge de la imaginación de Juceca, para su creación se ha basado en su conocimiento de la realidad: “yo mismo -dice Juceca- soy un tipo de mostrador”.

“El resorte”, pero a su vez tiene un poco de todos los boliches del interior y también de ese Montevideo de los 60 y 70. Tiene el mostrador, los tipos humanos que lo pueblan, en fin, es el espacio, donde se resuelven todos los problemas con la sabiduría de boliche.

Algo más lo acerca a lo tradicional. Es que “El resorte” a pesar de no tener una ubicación física concreta, está allí. Será el lugar de referencia para los otros personajes cuando: precisen algo, tengan que resolver un asunto o simplemente recibir un consejo, aunque este sea disparatado y absurdo. Impera la igualdad y la solidaridad, más allá de la broma. Todos opinan y todos son escuchados. El ámbito democrático se instala desde el mostrador, símbolo esencial, que se transforma en “un murallón, donde van a atracar las naves”.

Su autor lo define como un boliche triste, donde nunca ocurre nada y esto en cierta forma es verdad, es como si el tiempo en ese espacio se repitiera monótonamente, la rutina pueblerina pesa sobre estos personajes. Nada acontece allí adentro. No hay mucho para hacer, el aburrimiento de los personajes se transmite a través de sus haceres: el Tape Olmedo saca punta a un palito o friega un corcho contra la botella, la Duvija acaricia al barcino, este se despereza o duerme en la punta del mostrador y el Pardo Santiago mira el vaso de vino con un ojo cerrado.  Sin embargo, ese tiempo que parece detenido en su misma reiteración dentro del boliche, se pone en marcha por la intempestiva presencia de alguien que busca protección o consejo en el boliche. La complicación, la acción entra de afuera, aparece el desconocido que los va a sacudir de la inercia en la que se encuentran. De por sí, ese nuevo personaje, diferente a los de siempre, ya implica una novedad. Así se genera una antítesis entre la monotonía interior y el dinamismo exterior que termina irrumpiendo, rompiendo la rutina y contagiando a los presentes de actividad. Es allí cuando ese espacio deviene en mundo mágico.

Personajes y espacios

En cuanto al espacio, si bien no hay una ubicación geográfica, tampoco se hace necesaria. A través de los personajes y la puntualización de algunos elementos “un rancho, el monte, una laguna, una isla de ucalitos,” logra crear el ambiente, el que se nos hace reconocible porque se enraíza en nuestra realidad, la del Interior del país.

La descripción de paisajes y los elementos u objetos que crean la escenografía de lo rural -cachimba, totora, caballo, palenque- solo se hacen presentes si  son esenciales para la historia o para crear lo absurdo. El ámbito campero se va formando a través de estas escasas referencias y por la alusión a juegos -truco, bochas, taba-  o comidas -puchero, asado– a la superstición y lo folclórico -la luz mala, fantasma, lobisón.-.

Con respecto a “El resorte”, lo que siempre está presente es el mostrador, pero se describen otros objetos, algunos propios del boliche rural: mesa, sillas, fardos, etc. Es común que cuando un personaje entra al boliche, el narrador describa el lugar desde la mirada del recién llegado, es como si nosotros, lectores, entráramos con él.

Hablamos de un ámbito rural, pero hay que aclarar que Juceca era montevideano y toda su experiencia del campo se resumía a sus estadías, de niño, en la casa de un tío, la que quedaba ubicada en Estación Atlántida. En esas temporadas prestó atención a la realidad de ese medio y fundamentalmente demostró ser un excelente observador del hombre. Supo pintar en sus cuentos al hombre de campo, con su idiosincrasia y costumbres; con su accionar  frente a la realidad que es diferente al hombre urbano; con la parquedad característica del paisano que queda impresa en sus participaciones, así como en el diálogo que se estructura de manera muy simple.

La mujer tiene el perfil de la mujer rural,  e encuentra sometida a un ámbito machista. Su lugar es en la casa y debe obediencia a su marido. Pero aún así las mujeres tiene sus veleidades: son respondonas, charlatanas, mandonas, deciden irse con otro y sus maridos pasan, muchas veces, por alto sus acciones inoportunas, por amor o simplemente porque algo intrascendente, pero más importante para ellos, los distrae y dejan pasar la situación.

Recorren sus cuentos seres que, con su diverso bagaje cultural y bajo el lente del absurdo, remedan y amplían las características de lo humano: la solterona, la viuda, el que tiene un oficio y se destaca en él, el fóbico, el celoso, el solitario, el sonámbulo, el cansado…

Los personajes van a ser el eje de sus historias, el resto importa poco.  Son seres comunes y los muestra en situaciones cotidianas, a las que no es necesario adornar. Interesan en sí mismos, de ellos deviene la importancia de la situación en la que se ven envueltos. Pero no se profundiza en su personalidad.  Están apenas delineados. No hay un  trabajo psicológico ni siquiera existe una

descripción física, desconocemos, en este aspecto, todo lo referente a ellos. Salvador Puig ha dicho que lo caricaturesco, en los cuentos de Don Verídico, se extiende sobre los objetos, animales y  personajes. A estos últimos “se le extirpan seriedad, acidez y afán moralizante.”

La vida del “elenco estable” se desenvuelve en el boliche, fuera de él no existen. El boliche es la Duvija, el tape Olmedo, y todos los habitués.

Esa ausencia de complejidad psicológica, los hace simples. Están libres de cualquier maldad o sospecha sobre lo que dicen. Su curiosidad es sana, no hay malicia, las bromas son diabluras y no convocan al enojo, aunque muchas veces esas bromas superen la lógica. No hay reacciones violentas por parte de estos seres frente a la suerte que les ha deparado el destino y en muchos casos tampoco sorpresa. Cuando el personaje se ve enfrentado a una situación que lo supera, que no entiende, busca las respuestas o consejos en “El resorte”. Se dirige allí con una tranquilidad pasmosa o con la rapidez del que viene huyendo o asustado.

El que entra al boliche puede ser conocido o forastero, en este último caso genera mayor expectativa y misterio. El forastero recibe un trato especial en la obra de Juceca, genera cierta desconfianza. Es un personaje sobre el que se cuestionaba el propio autor, cuestionamiento que pasa a sus personajes, como por ejemplo cuando el Pardo Santiago pregunta absurdamente “¿Cuánto tiempo necesita un crestiano para dejar de ser forastero, cosa de perderle el rispeto?”

Los protagonistas de los cuentos de Juceca son seres con sentimientos.  Estos afloran ante situaciones tanto absurdas como lógicas para el discurrir de  la historia. Dejan traslucir su sentir a través de palabras o gestos, en especial La Duvija por ser mujer.  Pero los hombres no quedan fuera de esta exteriorización. Las emociones pueden ser provocadas por una situación, por una persona o por objetos. Los nombres de los personajes son desopilantes, surrealistas y ya de por sí generan humor. Hay algunos más logrados que otros, en especial aquellos en que el autor juega con las palabras creando el absurdo en el significado final del enunciado. Otras veces el juego de palabras y el humor surge de la descripción de su filiación. “Al que ha visto helicóptero no hay volátil que lo impresione. Pechito Molar: hijo del viejo Molar que nació en La Boca.”

En algunos cuentos los personajes no son personas. Las cosas inanimadas o abstractas como el frío adoptan el protagonismo de la acción. Los personajes jucequeanos son peculiares, pero reconocibles, se insertan en el Interior de nuestro país. Son “Pequeños y extraños seres que construyen sus vidas en un paraje sin nombre, en un pueblo innominado, quizás porque representa a todos los pueblos, o quizás, simplemente, porque son los olvidados. Su único punto de referencia es el boliche “El resorte”.

La singularidad del mundo narrativo jucequeano está dada por la visión absurda que se proyecta sobre él. Juceca ha captado la esencia del paisano y la muestra desde la perspectiva del humor.

FUENTE: Este texto es un fragmento de la ponencia de Alicia Curbelo «Una aproximación a la obra de Julio César Castro». Versión completa en: http://www.aplu.org.uy/varios/PONENCIAS.pdf

 

Cuentos de Don Verídico / Julio César Castro (Juceca)

 

Fotomontaje de Braulio Paz sobre el cuento "La jirafa"

Fotomontaje de Braulio Paz sobre el cuento "La jirafa"

                                                                                       

LA VACA NO ES BICHO DE ALTURA

Hombre que supo ser asunto serio para contar las películas del biógrafo, ahura que me viene a la memoria, el Pocholo Fomento, casau con Mantecosa Gotera. A la mujer lo conoció a la salida del biógrafo del pueblo, que al Pocholo lo dejaban entrar gratis porque era el que repartía los programas casa por casa, y eso a la muchacha la deslumbró, porque era como si el Pocholo perteneciera a la farándula, como si fuera artista, como quien dice una estrella de cine, que para ser norteamericano lo único que le faltaba era hablar. El Pocholo era un peligro, porque donde caía el Pocholo, ahí el Pocholo se ponía a contar alguna cinta de biógrafo y no había quien lo parara. Y una vuelta el Pocholo cayó por el boliche El Resorte, pidió una gaseosa, le sirvieron una cañita, y al primer trago ya arrancó a contar. Como era la primera vez, la gente del boliche lo respetó y algunos hasta se interesaron, en especial la Duvija, porque para ella los artistas eran una cosa soñada como adelgazar comiendo de todo. Y el Pocholo contó una de aventuras, del biógrafo catástrofe, que según él, traducida al castellano se llamaba «No dejemos que abuelita se suba al techo». Cuando le preguntaron cómo era, él contó:
– Se trata de una vaca holandesa que la llevan pa un concurso de café cortado y con espumita, pero en los cuernos de la vaca llevan un contrabando de diamantes y los agarra una tormenta a trescientos mil metros de altura.
– ¿Cuántos metros dijo el señor?.
– Pongalé mil y pico. La cosa es que los agarra bruta tormenta, y la azafata se pelea con el piloto porque le encuentra una foto de la mujer y los nenes, y pa vengarse le afloja un tornillo al avión, y cuando les pasa un rayo cerquita se le cae un ala y la vaca se pone nerviosa por el zarandeo y porque se apuna, porque la vaca no es bichito de altura. Ahí el avión se llena de pánico hasta los topes y la gente grita mientras una monja reza, un nene muerde un osito hasta que el osito lo muerde al nene, y aparecen unos músicos y tocan el viejo tema «Agarrate Catalina que vamos a galopar», de un recordado autor anónimo de grandes éxitos.
En el Resorte había una calma chicha, de las que asustan porque son señales de que la cosa se viene. Y el Pocholo siguió contando que la vaca se mareaba, y que en una sacó la cabeza por una ventanilla y desde una avioneta le manotearon los cuernos con los diamantes, y de repente se le entreveró con otra película y resulta que la vaca era un espía ecuatoriano disfrazado para matar a Robert de Niro que era una viejita que vivía en un sótano con un sobrino de Superman que había sido piloto de un Jumbo 707 en la primera guerra mundial. Y hasta ahí nomás lo dejaron contar, porque Rosadito Verdoso le reventó un par de higos en la frente, lo sacaron para fuera y se acabó la función. Después, el tape Olmedo comentaba.
– Se lo merecía, porque los animalitos vacunos no son pa juguete.
El fumigador, que había llegado a pedir un vaso de agua porque era la hora de la pastilla, agregó:
– Y los aeroplanos tampoco.
FIN
Soledad Medina y Nicole Boutrón ilustraron el cuento "El matero"
Soledad Medina y Nicole Boutrón ilustraron el cuento «El matero»
Ilustración del cuento "Uno con ruedas" hecha por Carolina Cano y Lucía Flores

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Collage de Pamela Martínez, sobre el Boliche EL RESORTE

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En la cuadernola de Sebastián Rodríguez, quedaron estos trazos sobre "Pollo ecológico"

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Boliche EL RESORTE, según Celia Sanchis, Florencia Portillo y Lucía Pérez

Boliche EL RESORTE, según Celia Sanchis, Florencia Portillo y Lucía Pérez