La primera tragedia de la trilogía denominada «La Orestíada», escrita por quien se considera el padre de la tragedia griega, Esquilo, lleva por título el nombre del mayor de los atridas, Agamenón, y muestra cómo quien cometía hybris, siempre recibía el designio de Diké, o, en otras palabras, cómo la soberbia siempre desemboca en un acto de justicia.
«Lo que hagas te será hecho» era el principio seguido y se cumplía para todos: una demostración de que nadie estaba libre de pagar sus culpas (así como las de sus antepasados, ya que en la Grecia antigua se consideraba que el hybris se heredaba) era evidenciarlo ante anfiteatros con decenas de miles de espectadores, recordándoles cómo, ni uno de los reyes más poderosos de que se tenía memoria, esquivaba el castigo, que aquí le va a venir de manos de quien menos se ha pensado cuidar: una mujer, de su hogar, pues la reina Clitemnestra, confabulada con su amante Egisto (un primo de Agamenón que busca su propia venganza) logrará lo que no pudieron los guerreros troyanos en 10 años de combate: darle muerte, en venganza por haber sacrificado a los dioses a su primogénita Ifigenia.
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