Todo sobre Rubén Darío

El poeta nicaragüense Rubén Darío escribió una página muy importante en la literatura universal, a punto tal que fue la primera vez en la historia de la literatura americana en que un movimiento literario (el Modernismo, por él iniciado) surgió en el Nuevo Continente y luego se incorporó por los europeos, revirtiendo lo que hasta entonces siempre había pasado.

Aquí tienes un enlace para estudiar su vida, su estilo literario, sus criterios poéticos:

http://www.los-poetas.com/a/biodario.htm

A continuación, algunos de sus poemas más famosos

SONATINA

 La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave de oro;

y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

 

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y, vestido de rojo, piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

 

¿Piensa acaso en el príncipe del Golconsa o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

]o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

 

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar,

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

 

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte;

los jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

 

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real,

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

 

¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste. La princesa está pálida)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe

(La princesa está pálida. La princesa está triste)

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

 

¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,

en caballo con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,

a encenderte los labios con su beso de amor!

 

SINFONÍA EN GRIS MAYOR

 

El mar como un vasto cristal azogado

refleja la lámina de un cielo de zinc;

lejanas bandadas de pájaros manchan

el fondo bruñido de pálido gris.

 

El sol como un vidrio redondo y opaco

con paso de enfermo camina al cenit;

el viento marino descansa en la sombra

teniendo de almohada su negro clarín.

 

Las ondas que mueven su vientre de plomo

debajo del muelle parecen gemir.

Sentado en un cable, fumando su pipa,

está un marinero pensando en las playas

de un vago, lejano, brumoso país.

 

Es viejo ese lobo. Tostaron su cara

los rayos de fuego del sol del Brasil;

los recios tifones del mar de la China

le han visto bebiendo su frasco de gin.

 

La espuma impregnada de yodo y salitre

ha tiempo conoce su roja nariz,

sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,

su gorra de lona, su blusa de dril.

 

En medio del humo que forma el tabaco

ve el viejo el lejano, brumoso país,

adonde una tarde caliente y dorada

tendidas las velas partió el bergantín…

 

La siesta del trópico. El lobo se aduerme.

Ya todo lo envuelve la gama del gris.

Parece que un suave y enorme esfumino

del curvo horizonte borrara el confín.

 

La siesta del trópico. La vieja cigarra

ensaya su ronca guitarra senil,

y el grillo preludia un solo monótono

en la única cuerda que está en su violín.

 

LO FATAL

 

A René Pérez.

 

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

 

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

 

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,

ni de dónde venimos…!

 

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