Onetti, un narrador del siglo XX

La narrativa de Onetti está profundamente vinculada a las inquietudes de su época, y en particular al radical desamparo del hombre del siglo XX. Onetti concibe a la literatura como una aventura liberadora. Así como el narrador tradicional describía una realidad pre existente, el novelista contemporáneo concibe a la literatura como una actividad imaginativa, un acto de fundación de un mundo autosuficiente, con sentido en sí mismo, a diferencia del narrador del siglo XIX que se dedicaba a describir la realidad.
Con el argentino Jorge Luis Borges y con el uruguayo Juan Carlos Onetti, la narrativa hispanoamericana revela, a fines de la década del 30 una ruptura definitiva con las formas tradicionales de narrar y asume un nuevo modo de creación literaria y de representar la realidad.
La literatura de Onetti, como la del siglo XX en general, tiene entre sus características más salientes la búsqueda de una justificación de la vida misma. Ante el quebranto espiritual y la desolación de una época que abandona la confianza en Dios, la crisis espiritual predominante se ve reflejada en el arte. El ser humano quiere trascender la realidad inmediata pero, perdida la fe en Dios, queda supeditado a la lucha entre sus aspiraciones y sus limitaciones y no logra justificar una vida superflua en un mundo carente de sentido. La literatura del siglo XX refleja la desintegración y el vacío espiritual de una época desprovista de valores establecidos que orienten al hombre en su camino.
Predomina el sentimiento de desamparo en un mundo caótico donde no se encuentra justificación ulterior ni explicación lógica a la vida. Separado de sus raíces religiosas y trascendentes, el ser humano está perdido.
La concepción de la literatura como búsqueda no es novedosa sino que ha existido en todas las épocas y de las más diversas formas (epopeyas, libros de viaje, novelas de aventuras). La diferencia es que en el siglo XX la búsqueda es interior y se le interponen imágenes a menudo indescifrables y episodios incongruentes en un mundo contradictorio.
La trama novelística ya no es la historia de un personaje definido dentro de un mundo definido, sino al contrario, el relato consiste ahora en una sucesión de acontecimientos definidos, aunque eventualmente difíciles de interpretar.
El “yo”, una idea que fue pilar de nuestra civilización, hoy sufre una mutación radical y cuando no corresponde a una imagen inestable y cambiante, se propugna directamente su desaparición.
Se nota en la narrativa del siglo XX (como reflejo de la manera de vivir y sentir de la sociedad) una insistencia en alimentar la ilusión de que la vida tiene una finalidad, y a pesar de que la búsqueda resulta negativa, se persiste en el anhelo de alcanzar una liberación de las miserias humanas; se valora la búsqueda en sí misma aunque no haya resultados positivos, porque eso evita al menos que la conciencia se diluya en la nada.
Para superar la desalentadora realidad, el novelista convierte un mundo imaginario en realidad; crea un mundo propio. Así, Onetti se entregó religiosamente a la creación literaria. Para él, escribir fue una vocación devoradora, ciñéndose a una finalidad estrictamente literaria. Una circunstancia determinada, la rioplatense, sirve de pretexto para la invención de un universo literario en el cual se ilumina, con profunda visión, una problemática eterna y universal: las múltiples dificultades de la existencia.
En los relatos de Onetti permanece constantemente la imagen de un mundo cotidiano pero predomina en él el acto creador por sobre la reproducción pasiva de comportamientos y situaciones observados en la vida misma. Lo suyo no es una evasión de la realidad sino una forma de expresarla más hondamente e indicar su disconformidad con el orden vigente.
Una y otra vez la obra de Onetti revela una consciente e intencional afirmación de la ilusión, la afirmación del arte, el incontenible placer y la necesidad de “mentir” que sienten sus personajes (“llegó la hora feliz de la mentira”, dice el narrador en “La novia robada”), la búsqueda sin fin, hasta que esa búsqueda se convierte en un fin en sí mismo.
Los personajes de su narrativa, como los del siglo XX en general son héroes sin cualidades (al igual que los de Kafka y otros destacados escritores), seres cuya libertad de elección aparece cada vez más limitada. En sus obras, encontramos la visión de un ser humano física y espiritualmente exhausto; proliferan en sus cuentos y novelas seres marginados: rufianes, prostitutas, enfermos, dementes, artistas fracasados. Viven en un abandono total, sin poder integrarse plenamente a la vida. Apenas parodian una existencia activa y normal; el ser absorbido por la máscara.
El desgaste de todo lo temporal no se limita a lo humano sino que incluye a los objetos y así se habla de ventanas con vidrios rotos o directamente sin ellos, manchas de humedad en las paredes, olor a viejo, tuercas y tornillos tirados por las calles, fotos envejecidas y una imagen general de incontenible corrosión. Todo se ve agravado por la falta de sentido de la vida. Dijo una vez: “Gente que yo quiero mucho, va a morirse, sin embargo. Hay algo terrible y permanente en eso”.
Sus relatos giran en torno a personajes en crisis en situaciones límite: sufrimiento, culpabilidad, locura, enfermedades. Ante ello hay dos actitudes presentadas: una es la renuncia o indiferencia total lo que lo lleva a un estado de enajenación o al suicidio y la otra a liberarse mediante la imaginación y vivir en un mundo ilusorio, realizando en él los deseos que han sido frustrados en la realidad cotidiana.

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