Apuntes sobre Kafka (tomados de “Testigos del siglo XX” de R.M. Albéres y P. de Boisdeffre)
Al contrario que un Balzac o un Proust, Kafka no ha pretendido hacer revivir una sociedad, no ha descrito un mundo, no ha rivalizado con el estado civil ni ha intentado dar ilusión de vida. Sus personajes no son nuestros semejantes; son nuestros dobles, el fantasma del Ser en busca de la patria perdida. Este doble, no obstante, nos concierne más directamente que un Papá Goriot, y este otro mundo al que nos acerca oprime misteriosamente nuestro destino. Kafka persigue en el lenguaje algo que no se expresa con el lenguaje. Para él, como para Samuel Beckett, ¿con qué objeto nombrar si nada es nombrable? ¿Con qué objeto decir si sólo cuenta lo indecible?
La importancia de la obra de Kafka ha quedado demostrada por la historia, que ha dado a sus sueños el sello de la realidad, como si el mundo, súbitamente, hubiera querido parecerse a sus libros. Y la fascinación que ejercen sobre nosotros es correlativa a las dudas que abrigamos hoy acerca de la estabilidad del mundo y del porvenir de nuestra especie.
Nacimiento y formación del genio: Kafka antes de Kafka (1885- 1913)
Sería tentador abordar la obra de Kafka, sin detenerse en las circunstancias que rodearon su nacimiento. Pero la crítica interna no basta por sí sola para explicar la obra de Kafka, pues la obra en este caso no es separable de la situación que expresa; ella refleja, como en una sucesión de espejos, las contradicciones originales del hombre. Y son estas últimas las que hay que esclarecer para orientarse en el laberinto kafkiano. La obra de Kafka no es separable de su persona; por lo demás, no ha guiado él su obra, sino que se ha dejado guiar por ella, hasta confundirse con ella. La obra ha sido para él un amo del que se ha convertido en esclavo y víctima. Para él el lenguaje no es un medio, sino un fin, confundido con la creación de una obra que atrae a su autor sin que este sepa aún qué forma habrá de tomar.
Particularmente, la soledad y el ahogo harán nacer en él un sentimiento de culpabilidad que es la clave de su obra y de su vida. La creación literaria, normalmente, hubiera debido liberar a Kafka de sus complejos. El arte hubiera podido constituir una solución a su problema. Pero no se trataba en su caso de enfocar la literatura como una profesión; era una religión. Kafka encontraba normal sacrificar al arte sus placeres, su tranquilidad, su salud e incluso su vida; que por otra parte fue lo que acabó haciendo, cuando llegó a convencerse de que la continuación de su vida “interrumpiría menos sus trabajos que la muerte”.
Era empleado en una oficina, trabajo que le resultaba intolerable. La experiencia de la burocracia había de inspirarle los elementos de esa simbólica absurda que ilustrarán “El proceso” y “El castillo”. Para Max Brod es el hastío que le producía su oficio y no el complejo paternal el germen de su evolución al sufrimiento, antes de conducirle a la enfermedad y a la muerte.
Kafka o el hombre torturado: la generación posnaturalista (1902 – 1913)
Entre 1902 y 1910 Kafka comienza a escribir. Es para él una imperiosa necesidad, nacida de su soledad. “El hecho de estar solo tiene sobre mí un poder infalible. Mi interior se disuelve (superficialmente por el momento), y se dispone a dejar que surja algo más profundo”.
No hay lugar pues para preguntarse por el tema de los primeros textos de Kafka, ni siquiera sobre su intención: desde su origen el relato kafkiano traduce una verdad interior rebelde a la lógica común; expresa “algo más profundo” que la conciencia y exige que la conciencia razonadora guarde silencio.
En esta actitud creadora nos hallamos en el extremo opuesto del realismo. El escritor ni imita el mundo ni pretende explicarlo: se declara insatisfecho de él, y sufre. Su arte es la expresión de ese sufrimiento y de este desacuerdo. La condición desdichada de Kafka, aquella en que halla lo que le hace evidente, es la soledad: soledad en su familia, malentendido entre él y su padre, separación respecto a la comunidad judía y, como consecuencia, exilio moral y religioso, y por fin esa soledad que Kafka convierte en sufrimiento y pasión y a la que llama celibato. Kafka parece crear a placer las condiciones mismas de su martirio. Hacia 1910 escribe, bajo la lámpara, textos extraños: “la bombilla encendida, el piso silencioso, la oscuridad exterior, los últimos instantes de la vigilia, me dan el derecho de escribir, aunque sean las cosas más miserables. Y hago uso de este derecho apresuradamente. He aquí pues lo que soy”.
Kafka es de aquellos escritores que ha abandonado enteramente el universo naturalista para devolver la primacía a la angustia interior sobre la pintura objetiva y social. Es el sucesor y heredero de la segunda generación naturalista, la que, educada en el espíritu positivista, lejos de encontrar en él certezas, vuelve a descubrir la angustia y el pesimismo.
Pertenece al momento literario que se instauró al final del naturalismo en los grandes dramaturgos noruegos. La literatura francesa ha sufrido escasamente esta crisis europea, encubierta por los arabescos del Simbolismo. Pero del Simbolismo había tomado Kafka su mejor parte, el sentido esotérico de su estilo. Y de la desesperación de fin de siglo, que coincidía con su vocación al sufrimiento, pero despojándola de la pedantería de descripciones sociales y psicológicas, Kafka hizo su vida íntima, su leyenda, su creación.
A partir de 1911, mientras se precisan sus dramas personales (encuentro con la señorita F.B. y primera estancia en el sanatorio) su genio se ordena.
En 1912 comienza “La metamorfosis” y en 1913 “El proceso”, que dedicaría a su prometida.
Otros apuntes sobre su obra:
*La inverosimilitud en sus obras no es proclamada ni puesta de manifiesto ni valorada: es padecida y aceptada con la naturalidad que poseen las pobres gentes al aceptar las desventuras. Y así, llega a ser atroz. Atrocidad cuyo único sentido es aquí una insondable tristeza.
*Tanto como por su carácter inquietante, sus narraciones se imponen por su maestría, capaz de contar con fría aplicación lo inverosímil como si fuera real, minuciosamente. Desde el “diario”, desde sus primeros ensayos, Kakfa ha tomado el hábito de anotar concienzudamente lo insignificante, un gesto, una actitud. Esta tendencia a la precisión, esta manera de insistir sobre los detalles y de comentarlos, permitirán enseguida al relato fantástico ofrecer una dura impresión de realidad. Constituirá una pesadilla, pero una pesadilla tan exacta que alberga en sí el sentimiento de lo vivido.
*Con un dominio total de la narración cruel o absurda, Kafka ha conquistado también, entre 1912 y 1914, sus temas fundamentales, que las grandes obras expresarán en alegorías. Para él ahora una narración es un engranaje de acontecimientos que no desembocan en ninguna parte. En tanto que habitualmente una historia que se cuenta abre perspectivas. La salida es fatal: la repetición del sinsentido en todo lo que sucede conduce también a la muerte. Es el principio de la tragedia en la que todo está previsto de antemano, pero de una tragedia gris en la que el hombre no tiene siquiera ilusión, una tragedia que no se representa porque la fatalidad y la inutilidad del esfuerzo están decretada desde el comienzo: el hombre siente desde el principio que a él le toca perder, y solo la monotonía de los acontecimientos, inútiles por lo demás, puesto que ya están previstos y sin esperanza, puede crear una ilusión de drama y de vida en un mundo ya muerto.
*Por oposición a las teorías exotéricas (comunes, accesibles para el vulgo. Dícese particularmente de la doctrina que los antiguos filósofos exponían en público) de que abusaba la literatura medieval, “El proceso” y “El castillo” son mitos esotéricos (oculto, reservado. Aplícase a la doctrina que los filósofos de la Antigüedad solo comunicaban a muy pocos de sus discípulos). Responden a la necesidad de traducir a términos artísticos cierto número de temores y enigmas fundamentales de la condición humana: la ausencia de una ley o de una Justicia que determinen el sentido de la vida y el sentimiento de culpabilidad que resulta de ello en el hombre. Kafka ha vuelto a encontrar el secreto que habían perdido los aficionados a los engimas: que la presentación de un enigma debe ser, ella misma, enigmática, ambigua. No se podrá pues explicar estos textos, que no son la alegoría de una doctrina sino la alegoría de un enigma. Sus obras no muestran que el problema sea insoluble; muestran únicamente que el problema no puede ser claramente planteado… Y este es sin duda el verdadero tema de “El proceso” y “El castillo”.