Biografía de Charles Baudelaire
Nació en París el 9 de abril de 1821. Su padre, Joseph François, era un sacerdote que había colgado los hábitos. Hombre de amplia cultura, fue luego preceptor, profesor de dibujo, pintor y jefe del Despacho de la Cámara de los Pares. Fue quien le enseñó las primeras letras. Cuando nació Baudelaire, su padre tenía más de sesenta años y otro hijo de su primer matrimonio llamado Claude Alphonse.
Su madre, Caroline Archimbaut-Dufays, no había cumplido los treinta años al nacer el poeta. Hija de emigrados franceses a Londres durante la revolución del 93, enseñó inglés a su hijo.
Es criado por Mariette, sirvienta de la familia, a la que evoca en el poema «A la sirvienta de gran corazón que te daba celos» de su conocido poemario Las flores del mal.
El poeta tiene 6 años cuando su padre muere en 1827 dejando una discreta herencia. Su viuda se cambia de domicilio y a los veinte meses de enviudar, contrae matrimonio con el comandante Jacques Aupick, vecino suyo, de cuarenta años, un oficial que llegará a ser general comandante de la plaza fuerte de París.
Este nuevo matrimonio de su madre producirá un profundo impacto emocional en Baudelaire, que lo vivió como un abandono, manifestando siempre aversión por este padrastro con el que nunca llegará a tener buenas relaciones.
En 1830 con las jornadas revolucionarias Aupick es ascendido a teniente coronel por su participación en la campaña de Argelia, y dos años después nombrado jefe de Estado Mayor y se traslada con su familia a Lyon, donde vivirá cuatro años.
Se forma un consejo de familia para decidir sobre el futuro del niño, que inicia sus estudios en el Colegio Real de Lyon, de cuyo ambiente no guardará buen recuerdo: se aburre y escapa soñando de su en cierro, dando rienda suelta a su imaginación.
En 1836 Aupick asciende a general de Estado Mayor, volviendo con su familia a París, donde el niño es internado en el Colegio Louis-le-Grand. Su madre se va volviendo cada vez más rígida y puritana, haciéndose a la personalidad de Aupick.
Durante dos años y medio permanece en el Colegio Louis-le-Grand. Allí lee a Sainte-Bauve, a Chenier y a Musset, a quien criticará mucho más tarde. Es expulsado del colegio por una falta cuyo carácter se desconoce. En agosto obtiene el título de Bachiller superior.
En 1840, con 19 años, se matricula en la Facultad de Derecho, comienza a frecuentar a la juventud literaria del Barrio Latino y entabla sus primeras amistades literarias con Gustave Le Vavasseur y Ernest Prarond. También conoce a Gérard de Nerval, de Sainte-Beuve, de Théodore de Banville y a Balzac y empieza a publicar en los periódicos en colaboración y anónimamente. Intima con Louis Menard, dedicado a la vivisección de animales y a la taxidermia. Comienza también a llevar una vida disipada, caracterizada por sus continuos choques con el ambiente familiar y por su inclinación hacía las drogas y el ambiente bohemio. Empieza a frecuentar los prostíbulos. Mantiene una extraña relación con una prostituta judía del Barrio Latino llamada Sarah, a la que denomina Louchette por su bizquera, y que probablemente contagió su sífilis al poeta. Aparece en el poema «Una noche que estaba junto a una horrible judía» de Las flores del mal.
Sus calaveradas horrorizan a su familia burguesa, especialmente al probo militar que es Aupick. A pesar de que su padrastro le apoya, rechaza entrar en la carrera diplomática. No quiere ser sino escritor. La conducta desordenada del joven mueve a sus padres a distanciarle de los ambientes bohemios de París. Le envían a Burdeos para que embarque en el paquebote Mares del Sur, al mando del comandante Sauer, en una travesía que había de llevarle a Calcuta y durar dieciocho meses. Viaja con comerciantes y oficiales. El joven Baudelaire adopta actitudes provocativas e impertinentes; se siente aislado y sólo habla para expresar su deseo de regresar a París. El barco ha de afrontar una violentísima tempestad. Estancia en la isla Mauricio, al este de Madagascar, donde conoce a una señora casada para quien escribe «A una dama criolla». Asustado el comandante del barco por el efecto psicológico negativo que el viaje produce en el poeta, consiente en hacerle regresar a Francia desde la isla Reunión en otro barco, L´Alcide. Escribe «El albatros». El viaje dura desde finales de marzo de 1841 hasta febrero de 1842.
Para alejarlo de este ambiente y librarse de este joven conflictivo, su familia lo envían a Calcuta, pero Baudelaire, nostálgico y enfermo se detiene en la Isla Mauricio y regresa a Francia. Un consejo de familia, bajo la presión del general Aupick, lo envía a las Indias, en 1841, a bordo de un navío mercante. Pero Charles Baudelaire no quiere probar la aventura en el confín del mundo. No desea más que la gloria literaria. Durante una escala en la Isla de la Reunión, no acude a presencia del capitán
En 1842, nuevamente en París, entabla amistad con Thèophile Gautier y Thèodor de Banville. Alcanza la mayoría de edad, percibe la herencia paterna de 75.000 francos y se independiza. Abandona el piso familiar, instalándose en un pequeño apartamento.
Reanuda su vida bohemia y ejerce de dandy. Vuelve al ambiente de los bajos mundos. Las mujeres que llenan este periodo de su vida son pequeñas aventureras y prostitutas, como Jeanne Duval, una actriz mulata que representa un papel muy secundario en un vodevil del Teatro Partenon a quien conoce en 1843. A pesar de la vulgaridad, de frecuentes desavenencias y de las infidelidades de la mulata, Baudelaire vuelve siempre a ella y durante toda su vida estaría ligado a este insignificante mujer. Desempeñará un papel fundamental en la vida del poeta. sus mejores poemas son paradójicamente el fruto de estos oscuros amores, que aparece en los poemas«Perfume exótico», «La cabellera», «Te adoro igual que a la bóveda nocturna», «Meterías al universo entero en tu callejuela», «Sed non satiata», «Con sus ropas ondulantes y nacaradas», «La serpiente que danza», «El vampiro», «Remordimiento póstumo», «El gato», «Duellum», «El balcón», «Un fantasma», «Te doy estos versos para que si mi nombre» y «Canción de primeras horas de la tarde». Probablemente inspira también al poeta los poemas «El bello navío», «La invitación al viaje» y «La Beatriz».
Económicamente va de fracaso en fracaso, dilapidando la fortuna heredada de su padre. Baudelaire es brillante, de conversación sorprendente, pero su gran imaginación lo convierte en mitómano; su viaje a la India, sus amores inauditos, su vicio y perversidad, su homosexualismo, sus proyectos editoriales, forman parte de su vida.
Dilapida la herencia y contrae numerosas deudas, por lo que su madre y el general Aupick obtienen en 1844 de los tribunales que sea inhabilitado y sometido a un consejo judicial. Su dinero pasa a ser administrado por su padrastro. Se le entrega una cantidad trimestral de seiscientos francos.
Para eludir el control financiero publica anónimamente artículos en la prensa. En colaboración con Prarond escribe un drama en verso, Ideolus, que deja sin acabar. Baudelaire, privado de recursos y humillado, no se repondrá. Se ve obligado a rehuir a sus acreedores, mudándose, escondiéndose en casa de sus amantes, trabajando sin descanso sus poemas intentando mientras tanto ganarse la vida publicando.
Baudelaire escribió sus primeros poemas a la vuelta de su viaje del Caribe aunque en un principio se dedicó sobre todo a la critica artística. Fruto de esto fue la publicación en 1846 de algunos de sus ensayos, llenos de sensibilidad y de penetración, bajo el titulo de «Los Salones». En ella loa a su amigo Delacroix, entonces aún muy discutido, critica a los pintores oficiales, y analiza las obras de otros artistas contemporáneos suyos como una serie sobre caricaturistas franceses, en los que defiende con pasión a Honoré Daumier. También se interesa por le pintor impresionista Edouard Manet y por la música de Wagner, de quien fue el primer introductor en Francia. Le escribió una carta expresándole su admiración, tras haber asistido a tres conciertos, además de un ensayo.
Publica sonetos, uno de ellos, «A una dama criolla», con su verdadero nombre, así como un artículo sobre Balzac.
Publica en Le Corsaire-Satan un conjunto de aforismos y en L´Espirit Public, Consejos a los jóvenes literatos. Fustiga a los autores moralistas y moralizantes.
Aparece su novela corta «La fanfarlo», donde el poeta, tras el personaje de Samuel Cramer, se retrata como un dandy.
En 1845, histérico, ensaya el suicidio en un cabaret ante un grupo de amigos, donde se hace un corte con un puñal. Su padrastro, por miedo al escándalo, le paga sus deudas y le lleva a vivir con él y con su madre en la elegante plaza Vendôme. Pero pronto volverá a vivir solo.
Descubre la obra de Edgar Poe, que muere poco después y a quien no pudo conocer, a pesar de considerarle su alma gemela. Poe se le asemeja, y, durante diecisiete años, va a traducirla y revelarla. Así comienza a ganarse el reconocimiento de la crítica.
Conoce a Marie Daubrun, muchacha bonita y honesta, actriz del Teatro de la Gaîte, que sostiene con su trabajo a su familia. El poeta sentirá por ella un amor platónico o una amistad idílica. Le dedicará el poema «Canto de otoño».
Asiduo a círculos literarios y artísticos, uno de ellos en casa de Aglae Sabatier, llamada la Presidenta, amante de un banquero, por la que el poeta experimentará un amor ideal y platónico. A ella dedicará posteriormente los poemas «A la que es demasiado alegre», «Reversibilidad», «El alba espiritual» y «Confesión». Visita muy a menudo el salón de la viuda Marie Sabatier y conoce a Musset, Flaubert y Gautier, entre otros artistas. Un breve idilio con una mujer interesante, Madame Sabatier, amante de un amigo del poeta que reunía en su casa a un grupo de escritores y artistas, lo quiebra rápidamente. Cuando madame Sabatier accede a las pretensiones amorosas del poeta, éste la rechaza, pero sigue manteniendo con ella una entrañable amistad.
Durante la revolución de 1848 Baudelaire es visto en las barricadas y tratando de agitar al pueblo para que fusilen a su padrastro. Publica en Le Salut Publique, periódico de tendencia socialista, y se afilia a la Sociedad Republicana Central, fundada por Blanqui. Durante la revolución hace amistad con el pintor Courbet, que pintará un retrato del poeta, y con Poulet-Malassis, también que participó activamente en la insurrección e influirá en su vida, será el editor de Las Flores del Mal, por lo que resultará multado.
Cuando en 1851 Luis Napoleón da un golpe de estado y asume todos los poderes, lo que indigna a Baudelaire, quizá porque nombre a su padrastro embajador en Madrid.
Aunque escribió sus poemas con 23 años, Las Flores del Mal, título que el editor le impusieron en lugar de Los limbos, que era el original, se publicaron en junio de 1857. Cuanto escribió hasta su muerte no sobrepaso este trabajo, son solo un complemento a su obra. Inmediatamente después el gobierno francés acusa al poeta de ofender la moral pública y juzgadas obscenas. El poeta fue procesado en medio del escándalo general. Aun cuando Baudelaire obtuvo el apoyo de sus colegas, seis de sus poemas fueron eliminados de las ediciones siguientes. La edición es confiscada por mandato judicial. Parece que el escándalo se inició desde el periódico conservador Le Figaro. En agosto, proceso de Baudelaire y de sus dos editores, que son condenados a sendas multas por ultraje a la moral pública y a las buenas costumbres. Se ordena la supresión de seis poemas («Las joyas», «El leteo», «A la que es demasiado alegre», «Lesbos», «Mujeres condenadas», Delfina e Hipólita» y «Las metamorfosis del vampiro»). Baudelaire debe pagar una fuerte multa. Sólo Hugo (que le escribirá «Usted ama lo Bello. Deme la mano. Y en cuanto a las persecuciones, son grandezas. ¡Coraje!»), Sainte-Beuve, Teófilo Gautier y jóvenes poetas admirados le apoyan.
A pesar de condenarle por obscenidad y blasfemia, en 1859 y 1860 el Ministerio de Instrucción Pública le concede por dos veces sedas ayudas de trescientos francos. Pero ante el público quedará identificado, aun mucho después de su muerte, con la depravación y el vicio. Amargado, incomprendido, Baudelaire se aísla aún más. En su soledad donde él se ha encerrado, dos luces: los escritos admirados de dos escritores todavía desconocidos, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine. Escribe un ensayo sobre Madame Bovary, de Flaubert, que también ha sido juzgado por inmoral.
Empieza la época de sus enfermedades que durará hasta su muerte. Sufre trastornos nerviosos y dolores musculares. Se ahoga, sufre crisis gástricas y una sífilis contraida diez años antes reaparece. Para combatir el dolor, fuma opio, toma éter. Sufre el primer ataque cerebral. Físicamente, es una ruina. Recurre a cápsulas de éter para combatir el asma y al opio para los fuertes cólicos. Ante su precaria salud, pasa cortas estancias en Honfleur con su madre y en Alençon con su amigo y escritor Poulet-Malassis.
Su próximo trabajo «Paraísos artificiales», escrito en 1860, es un relato de las experiencias personales del poeta con drogas como el opio. Da a conocer Encantos y torturas de un fumador de opio, sobre Thomas de Quincey, segunda parte de Los paraísos artificiales.
En 1961 presenta su candidatura a la Academia Francesa. Desea rehabilitarse y obtener un salvoconducto de dignidad profesional y solvencia. Busca el reconocimiento oficial de su labor, más allá del círculo de los cafés literarios que empiezan a agobiarle. Fracasa en su postulación por la oposición y los consejos de los académicos.
Nervioso, enfermizo, arruinado y desconocido, unido siempre a su mulata alcoholizada y luego parapléjica, Baudelaire arrastra una vida de fracasado.
En 1864 viaja a Bégica, donde vivirá durante dos años en Bruselas. Allí trata de ganarse su vida dictado conferencias sobre arte, que son un fracaso y se unen a las anteriores. En la primavera decide ir a Bélgica, donde se se encontra su editor, a dar conferencias en los círculos intelectuales de diversas ciudades y a. Sólo llega a dar tres conferencias sobre Delacroix, Gautier y Los paraísos artificiales, con asistencia muy escasa de público. Intentar una edición de su obra completa pero fracasa y se venga de la falta de acogida escribiendo un panfleto titulado ¡Pobre Bélgica!
En 1865 Mallarmé y Verlaine elogian Las flores del mal, pero Baudelaire desconfía de estos jóvenes poetas. Y no le faltaba razón porque, por el contrario, Los Pequeños Poemas en Prosa nunca supieron valorarlos.
En su correspondencia expresa su deseo de recurrir al suicidio. Pese a una nueva subvención estatal, su economía es muy precaria. Miserable y con sífilis, su existencia es una gran ruina. Su salud está ya completamente minada y en 1866 sufre un ataque de parálisis general que lo deja casi mudo. Su madre viaja a Bruselas y de regreso a París interna a su hijo moribundo en un hospital. La enfermedad se agrava rápidamente, y su vida no es ya más que una lenta agonía que se prolonga durante un año. Para ayudarle a sobrellevar el dolor, sus amigos acuden junto a su lecho a interpretarle Wagner. Paralizado, mudo y medio imbécil, sobrevive varios meses hasta que el 31 de agosto de 1867 muere tristemente a los 46 años, en brazos de su madre en el mismo hospital en el que estaba ingresado.
Fue enterrado en el cementerio de Montparnase, junto a la tumba de su padrastro, a quien siempre odió.
Póstumamente, en 1868, se publicaron sus «Pequeños poemas en prosa».
“Las flores del mal”
Dedicará estas líneas al poeta Théophile Gautier, al que consagra como «mago perfecto de las letras francesas» y «poeta impecable». La dedicatoria final es mucho menor que la original:
«A mi queridísimo y veneradísimo maestro y amigo Théophile Gautier. Aunque te ruego que apadrines Las Flores del Mal, no creas que ande tan descarriado ni que sea tan indigno del título de poeta como para creer que estas flores enfermizas merecen tu noble patrocinio. Ya sé que en las etéreas regiones de la verdadera poesía no existe el mal y tampoco el bien, como sé que no es imposible que este mísero diccionario de la melancolía y del crimen justifique las reacciones de la moral, del mismo modo que el blasfemo viene a reafirmar la religión. Pero en la medida de mis posibilidades, y a falta de algo mejor, he querido rendir un profundo homenaje al autor de Albertus, La Comediade la Muerte y de España, al poeta impecable, al mago de la lengua francesa, de quien me declaró con tanto orgullo como humildad, el más devoto, el más respetuoso y el más envidiado de los discípulos».
A lo largo de toda la obra, Baudelaire juega sobre las correspondencias verticales y horizontales que más adelante inspirarán a otros muchos poetas, toda su obra se construye como un itinerario moral, espiritual y físico. Baudelaire divide el libro en cinco partes, introducidas por el famoso poema Al lector: Esplín e ideal, Cuadros parisinos, El vino, Flores del mal y Rebelión, con una conclusión final: La Muerte. Esta obsesión de que no consideraran su libro como una mera recopilación de poemas, si no como un «libro» con principio y fin, en el que todos los poemas se subordinaba una línea general rigurosa, influirá desde poetas como Stéphane Mallarmé hasta Jorge Guillén, en su obra Aire Nuestro, y dará lugar a una serie de investigaciones sobre la posible asociación numerológica o astrológica y hasta con paralelismo con la Divina Comedia.
Tipo de literatura:
Nace el malditismo, la búsqueda de la autodestrucción, la inmolación sacral del artista como víctima. Su afición, queridamente amoral, al ajenjo, a la lujuria, a un desorden sensual en que terminará viendo, además, un modo de inspiración. A todo ese malditismo —tema de la nueva poesía— hay que añadir una escrupulosa y magnífica perfección formal, un ritmo que ensaya novedades y una manera de adjetivar, ruptural y rotunda, esteticista y simbolista, que potencia y embellece la novedad y el talento de ese nuevo temblor, que hace de Baudelaire, no solamente un poeta de primerísima fila, sino el padre directo o indirecto de toda la moderna poesía occidental. De él nacen Rimbaud y Verlaine, pero también Mallarmé, Apollinaire y hasta T. S. Eliot. Sin Baudelaire la poesía actual no sería la que conocemos.
Durante toda su vida Baudelaire siguió aumentando Les fleurs du mal cuya tercera y definitiva edición apareció en diciembre de 1868 —algo más de un año tras la muerte de su autor— con prefacio de Gautier, al que iba dedicada. Poemas como Lesbos, Los gatos, La cabellera o Don Juan en los Infiernos —entre tantísimos— cantan la arrogancia dandi del maldito, su hipersensibilidad, su distiguido amor por lo raro, su espiritual sed de lujuria, su ansia de derrocar tabúes para llegar, al fin y casi imposiblemente —el buen burgués no perdona— a un mundo perfecto, sensual y lujoso, sin clero y sin policía.
El juego de las sinestesias, los perfumes que hablan y los colores que sienten forman parte del inmenso legado que se debe a este libro capital cuyo sagrado malditismo llenó la literatura de entresiglos, y es el mismo mal que respira en el título, a veces poco entendido, de Manuel Machado, El mal poema. El mal sacro de los hijos y nietos de Baudelaire, a quien no puede desdeñar poeta ninguno. Hablamos de un genio.
Baudelaire: Las Flores del Mal
«Porque todo libro que no se dirige a la mayoría, por número e inteligencia, es un libro estúpido» (Charles Baudelaire)
Los tiempos, a veces crueles, siempre certeros, nos acostumbran al género, el más cruel de los vicios literarios. Así convertimos en géneros novelas, versos y escenas, vacuo juego entre lo esperado y lo esperable, éste nuestro cómodo vicio.
Baudelaire buscaba con “Las Flores del Mal” la superación del espíritu romántico y parnasiano, y ello conllevaba el desprecio de aquellos ideales que habían gobernado el arte hasta el momento. Las Flores del Mal hablan con un lector compañero en el pecado, como haría en los Paraísos Artificiales.
Pero Las Flores del Mal huye de otros muchos tópicos de la poesía romántica. La obra posee una estructura dramática sólidamente construida, y responde a un plan rigurosamente calculado. Cada uno de los poemas adquiere relevancia no en el verso por sí, sino visto a través de la totalidad de la obra. Baudelaire era minucioso, casi obsesivo, había que hallar el término preciso, sin ambages, la sinestesia precisa. Las Flores del Mal es una compleja «teoría de correspondencias» en la cual nada es llevado por el azar, música y color vencidos por el tedio vital, la bilis negra.
El Simbolismo fue uno de los movimientos artísticos más importantes de finales del siglo XIX, originado en Francia y en Bélgica. En un manifiesto literario, publicado en 1886, Jean Moréas definió este nuevo estilo como «enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva». El movimiento tiene sus orígenes en Las flores del mal, libro emblema de Charles Baudelaire. Los escritos de Edgar Allan Poe, a quien Baudelaire apreciaba en gran medida, fueron también un gran influyente en el movimiento, concediéndole la mayoría de imágenes y figuras literarias que utilizaría. La estética del Simbolismo fue desarrollada por Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine en la década de 1870. Ya para 1880, el movimiento había atraído toda una generación de jóvenes escritores cansados de los movimientos realistas. Fue definido en su momento como un movimiento oscuro y enigmático debido al uso exagerado de metáforas que buscaban evocar afinidades ocultas por medio de la sinestesia.
La poesía simbolista busca vestir a la idea de una forma sensible, posee intenciones metafìsicas, además intenta utilizar el lenguaje literario como instrumento cognoscitivo, por lo cual se encuentra impregnada de misterio y misticismo. En cuanto al estilo, basaban sus esfuerzos en encontrar una musicalidad perfecta en sus rimas, dejando a un segundo plano la belleza del verso. Intentaban encontrar lo que Charles Baudelaire denominó la teoría de las «correspondencias», las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual. Para ello utilizaban determinados mecanismos estéticos, como la sinestesia.
Al lector
La estupidez, el error, la avaricia, el pecado,
usurpan nuestro espíritu, moldean nuestros cuerpos,
y a los remordimientos damos dulce alimento
como unos pordioseros nutriendo los parásitos.
Nuestros pecados, tercos; la contrición es laxa;
¿quieren que confesemos?, que paguen con holgura,
y muy gozosamente retornamos al fango
creyendo redimirnos con las abyectas lágrimas.
Sobre la almohada del mal: Satanás Trismegisto [i]
meciendo largamente nuestro encantado espíritu,
y nuestra voluntad, metálica, opulenta,
evanescente tórnala ese sabio alquimista.
¡Y es el Diablo quien hila nuestra trama y urdimbre!
Los objetos inmundos se vuelven seductores;
cada día al infierno descendemos un poco
sin horror, penetrando putrescentes tinieblas.
Y como besa y come el libertino pobre
los martíricos pechos de una puta viejísima,
robamos de pasada un placer clandestino
que exprimimos tan fuerte como a un cítrico seco.
Compacta y hormigueante, como un millón de helmintos
juerguea en nuestro cerebro una legión demónica,
y al respirar, la muerte penetra en los pulmones,
como un río invisible, como gemidos sordos.
Si violar, si el veneno, si el puñal, si el incendio
no han recamado aún con sus gratos dibujos
el boceto banal del destino patético,
ay, es porque en nuestra alma no hay osadía completa.
Pero entre chacales, y panteras, y perras,
y simios, y escorpiones, y buitres, y serpientes,
y monstruos aulladores, gruñentes y rampantes,
zoológico infame de todos nuestros vicios,
existe uno más turbio, más avieso, inmundo.
Aunque él no hace alarde de gestos ni de gritos,
bien podría hacer de la tierra una ruina
y engullir todo el mundo con un solo bostezo.
¡Es el Tedio! [ii] De lágrimas se cargaron sus ojos,
y se ensueña en patíbulos aspirando su houka. [iii]
Lo conoces, lector. Delicado es el monstruo.
¡Hipócrita lector – mi prójimo – mi hermano!
[i] En griego, «tres veces grande». Baudelaire aplica un calificativo a Satán que la antigüedad tardía reservó para Hermes: Hermes Trimegisto, de especial importancia en el mundo helenístico, padre de la magia y supuesto autor de los escritos herméticos, esotéricos, que en realidad eran una versión revisada de textos antiguos adjudicados al dios Thot, con quien los griegos identificaron su Hermes y los romanos su Mercurio. Los 17 libros del Corpus Hermeticum hicieron furor durante el Renacimiento pero la Iglesia no tardó en identificarlos como esencialmente diabólicos. De ahí esta asociación de Baudelaire. También puede asimilarse a una mirada iconográfica de Satán, con tres rostros, contrapartida de la Trinidad (así lo describe Dante, también, en la Commedia).
[ii] En esta versión hemos traducido casi invariablemente el sustantivo ennui como tedio, pero dada la importancia que reviste para Baudelaire (no solo aparece más de una veintena de veces, contando las formas verbales y adjetivadas, sino que es uno de los ejes temáticos de toda la obra) y que carece de una representación exacta en castellano, merece la pena detenerse sobre su significado. Su etimología misma es discutible, pero parece derivar del latín noxa, daño, perjuicio, y las consecuencias que atrae, agravio, insulto. La palabra española enojo también puede venir de esa fuente. Sin embargo, el vocablo francés implica una actitud moral de aburrimiento, fastidio o tedio, pero que supera lo momentáneo para convertirse en disposición ante la vida, una suerte de resignación negativa. Para Baudelaire significará un hastío existencial, individual y hasta metafísico, en que todos los entes se sumergen y del que infructuosamente se intenta escapar. La sexualidad será una huida provisional; la muerte, la solución definitiva. Participan delennui el hombre, el paisaje, el cosmos mismo.
[iii] Baudelaire introduce una palabra exótica, típica del interés que los vocablos orientales despertaban entonces y de su relación con el mundo de los estupefacientes. El houka es una suerte de pipa de la India, similar al narguil de los turcos, con un enorme compartimiento de metal o cristal, reservado al agua, y otros dos, uno para la droga, generalmente el godok, una pasta a base de pétalos de rosa, opio, tabaco, azúcares y frutos silvestres, y otro que culmina elegantemente en un pico de plata para el fumador. Sustentado sobre un hornillo de carbones, exhala al mismo tiempo un aroma fuerte y un sonido de gorgoteo; se la utiliza generalmente tres veces al día y figura abundantemente en la iconografía hindú.
EL ALBATROS (Charles Baudelaire)
Por divertirse, a veces, la gente marinera,
atrapa los albatros, grandes aves del mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío que surca los amargos abismos.
Cuando apenas han sido dejados en cubierta,
los reyes del azur, torpes y vergonzosos,
sus grandes alas blancas tristemente abandonan
semejantes a remos, cayendo a sus costados.
¡Qué torpe y débil es el alado viajero!
¡Él, antes tan hermoso, cuán cómico y cuán feo!
Uno el pico le quema acercando una pipa,
otro renqueando imita, al cojo que volaba.
El poeta es igual a este rey de las nubes
que habita la tormenta y ríe del arquero;
exiliado en el suelo, en medio de abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.
FUENTE: buenastareas.com